Gustavo se siente feliz de haber podido “reiniciar su vida”. En 2007, sufrió un brote de esquizofrenia seguido de una depresión severa. Llegó a estar internado bajo tratamiento psiquiátrico en el Centro Regional de Salud Mental Agudo Ávila, de la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, y pensaba que había tocado fondo.
Hacía poco tiempo había regresado a la Argentina desde España, donde había dejado una hija pequeña a la que extrañaba y no conseguía trabajo. La soledad lo tenía devastado.
Cuando habla de su recuperación, lo primero que revive con emoción es el momento del reencuentro con su hija de 12 años, tras más de una década sin verla; luego, el día de 2011 en que conoció la Casa del Paraná, un espacio para personas con padecimientos psíquicos como bipolaridad, esquizofrenia o depresión, donde logró salir adelante. “Recuerdo que la directora se acercó y me dijo: ‘Ya no vas a estar solo’”, cuenta hoy Gustavo (de 47 años), que gracias a que recobró su autonomía, pudo volver a trabajar en una empresa que comercializa impresoras y, con el dinero que gana allí, viajar a España a ver a su hija.
La Casa del Paraná nació en 2007 en Rosario, con el objetivo de ayudar a personas con padecimientos psíquicos a reinsertarse laboral y socialmente. Sigue el modelo llamado Casaclub, que surgió en 1948 en Estados Unidos, cuando un grupo de pacientes de un hospital psiquiátrico abrió la primera casa, conocida como Fountain House, en Nueva York. El objetivo era terminar con el aislamiento social y económico de las personas con este tipo de padecimientos.
En 1990, se creó Clubhouse International, organización que agrupa y supervisa las 320 casas en 34 países, impactando cada año en unas 100.000 personas.
“Todas las casas deben cumplir con normas internacionales y son revisadas cada dos años”, sostiene Rita Larrañaga, directora de la Casa del Paraná, la primera de América latina, que desde su fundación recibió a 155 miembros, todos mayores de 18 años.
Actualmente, el grupo de Casa del Paraná está compuesto por 35 miembros activos. “De ellos, el 17% está atravesando experiencias laborales remuneradas. La idea es que los miembros que no tuvieron experiencias laborales previas o que las tuvieron hace muchos años, puedan retomar el mundo laboral e ir armando su Hoja de Vida”, detalla la directora.
Larrañaga explica que en la Casaclub no se brinda tratamiento psiquiátrico, sino que –a través de una membresía gratuita–, se busca ayudar en la recuperación de hombres y mujeres a través de una metodología de trabajo participativa y conjunta. Se basa en una jornada laboral diaria dentro de la casa, donde se destacan las fortalezas y habilidades de cada uno y se fomenta la construcción de relaciones.
“Nos sustentamos gracias al aporte de la Dirección de Salud Mental de la Municipalidad de Rosario, una fundación internacional, campañas de donaciones mensuales y tres eventos de recaudación de fondos que hacemos todos los años”, explica Larrañaga.
Jorge Baldarenas, presidente de la Casa del Paraná, señala: “Nuestra misión es que estas personas puedan alcanzar su máximo potencial y sean respetadas como compañeros de trabajo, vecinos y amigos”. Además, asegura que el diagnóstico no define ni determina a una persona, sino que es tan solo una parte de ella.
Tanto Gustavo como Baldarenas sostienen que lo primero que una persona con cualquier padecimiento psíquico pierde es la autonomía. Por eso, desde la asociación, se aseguran de que puedan volver a adquirirla y de que permanecer o irse de la casa sea solamente decisión de ellos.
Dentro de los programas que ofrece la Casa del Paraná se encuentran el Programa Social, con salidas recreativas; el Educativo, con talleres de ortografía, música, matemática y computación; y el de Empleos en transición, que propone a los miembros la oportunidad de retomar un trabajo remunerado con la garantía de poder seguir participando en las actividades de la casa.
“Cuando la casa consigue un empleo, se pone a disposición de todos para decidir quién lo tomará”, destaca la directora y explica que, además, cada miembro cuenta con un coordinador para ayudarlo en todo lo que necesite.
Larrañaga destaca la importancia de la rutina. Los miembros llegan a la casa a las nueve de la mañana, se reúnen y dividen las tareas que cada uno realizará durante el día: uno estará en la recepción, otro se encargará del mantenimiento, otro de la cocina y un último de la limpieza. “Trabajamos en los hábitos cotidianos y habilidades sociales, que muchas veces se pierden”, cuenta.
Para seguir impulsando el proyecto, basados en el modelo de la Casa del Paraná, un grupo de profesionales constituyó la Fundación Casaclub que comenzará con una prueba piloto de una nueva casa en la Ciudad de Buenos Aires, que se convertirá así en la segunda de Argentina.
Más allá de haber vuelto a trabajar y de sentirse orgulloso por haber recuperado su autonomía, Gustavo destaca que lo mejor de haber formado parte de la Casa del Paraná fueron las amistades. “Son un motor para mí, son los que me levantan cuando estoy por caer”, concluye.